11 oct 2012

Miénteme, querido.



Al fin llego a casa tras un larguísimo día. Cierro la puerta y, dando dos patadas al aire, me quito los preciosos zapatos de tacón negros que llevo, dejo las llaves en el mueble de la entrada y me miro al espejo. Ha sido un día intenso y mi cara lo refleja. Bueno, al fin estoy aquí.

Me duelen los pies, estoy increíblemente cansada y ni siquiera sé si tú has llegado a casa. Me dirijo a la cocina entre la oscuridad para buscar algo en lo que colocar las preciosas gerberas que me he ganado esta noche a cambio de sonrisas. Aún no estoy familiarizada con este lugar y no sé dónde hay nada. Sinceramente, espero que la situación cambie pronto. Abro un armario tras otro y no encuentro nada parecido a un jarrón. Me conformaré con un vaso alto… 

Me quedo absorta mirando la belleza de estas tres flores. Sus colores brillantes me impresionan. Tengo tres, lo que equivale a tres sonrisas. Vuelvo a sonreír y pienso que deberían haberme dado otra. Una de color rosa, una naranja y otra de un maravilloso color amarillo. ¿Mi favorita? La amarilla, por supuesto. Tan bellas, tan frágiles, tan efímeras...

Me dirijo a la habitación, realmente estoy agotada esta noche. Aquí estás. No puedo evitar deleitarme con la imagen que me ofreces sin ni siquiera saberlo. Duermes plácidamente, emanas tranquilidad y tu rostro, tu perfecto rostro, se muestra relajado e invita al sueño y, a la vez, al mayor de los pecados.

Me quito la ropa, intentando no hacer demasiado ruido para que no despiertes, no me lo perdonaría. Rebusco en mi bolsa y no lo puedo creer. ¡Nuevamente he olvidado el pijama! Oigo en mi cabeza como me dices entre risas "eres un auténtico desastre, pequeña". Echo un vistazo rápido a la habitación y veo una vieja camiseta tuya. Con esto bastará.

Muero por volver a besar tus labios, por perderme en tu cuerpo, por saborear tu cuello, por dejarme llevar entre tus manos… Me ruborizo sólo de pensarlo mientras una sonrisa, no demasiada inocente, asoma entre mis labios.

Tal vez no sea esta la noche. Tal vez tus labios ya no me pertenezcan. Tal vez tenerte no sea más que uno de esos sueños que tengo y que deseo fervientemente que se conviertan en realidad. Tal vez, sólo tal vez.

Esta noche he decidido olvidarme del mundo, e, incluso de mí. Esta noche eres mío. Esta noche será tuya. Esta noche te entrego todo lo que tengo, todo lo que, de alguna manera, soy: mis manos, mis labios… mi cuerpo entero y mis anhelos más ocultos.
Esta noche seré para ti. Esta noche serás para mí. Esta noche será nuestra noche. Tuya y mía. De nadie más.

Tu sueño no debía ser demasiado profundo pues sólo con meterme en la cama parece que has despertado. Sonríes, me sonríes, y pienso mientras te miro embobada si se puede ser más perfecto. No, desde luego, no se puede. Eres demasiado apuesto como para permitirme dejarte escapar.

-Me gusta como te queda esa camiseta- dices aún más dormido que otra cosa- Sin embargo, preferiría que no la llevaras. Necesito el roce de tu piel.

Tus sutiles peticiones son casi órdenes para mí, así que decido complacerte. Ahí quedo, desnuda ante ti, muerta de frío, mientras la vergüenza empieza a hacer acto de presencia en mis mejillas.

- Bésame- te suplico con un susurro casi inaudible- Bésame y no pensemos en nada más. Tú y yo. Ya está.

Tus labios se acercan lentamente a los míos hasta que al fin se unen  haciendo explotar en mí un sinfín de sensaciones, tus manos se vuelven ansiosas y noto como quieren recorrerme de principio a fin. Besos y más besos. Caricias, sonrisas y algún que otro mordisco son la antesala de lo que esta dulce noche nos depara. Nuestra noche.


-Miénteme, querido innombrable. Miénteme y quiéreme esta noche. Sin miedos, sin preocupaciones. Quiéreme con el deseo de dos cuerpos que se encuentran después de toda una vida sin verse…

El roce de tus manos altera mi piel, tus labios avivan las ganas de sentirme tuya. Mi cuerpo, esta noche, se rinde ante ti.

Miénteme, querido. Miénteme.
Alice.




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