Normalmente, meto la pata y me equivoco cuando actúo sin pensar y, sin embargo, cuando me decanto por la reflexión siento que me he equivocado pero, esta vez, por no actuar.
¿Cabeza y raciocinio o instinto y pasión?
Entiendo que hay determinadas situaciones o circunstancias en las que debemos pararnos, pensar, sopesar y valorar todos los pros y contras para, al fin, acabar decántandonos por la que, según nuestras numerosas cábalas, es la mejor opción.
¿Y si por pensar demasiado pierdes lo que realmente quieres?
¿Y si por no actuar eres, después, incapaz de dejar de pensar?
¿Y si, pese a tanto pensar, te equivocas?
Cuando pensamos en actuar o no, ¿debemos pensar sólo en nosotros, en lo que queremos, o, también, el resto de personas que nos rodea y que, muy probablemente, se verán afectados por nuestra decisión?
¿En qué momento o ante qué situaciones deberíamos convertirnos en seres totalmente egoístas para valorar la situación en virtud, única y exclusivamente, de lo que queremos o no?
Si quiero gritar ¿en qué medida debo preocuparme por si el niño de la vecina está dormido?
Si quiero saltar, debo calcular bien el daño que me puedo hacer con una mala caída pero, más allá de eso, ¿a quién le importan mis saltos?
Si quiero irme lejos, ¿no es mejor pensar que quien quiera verme lo hará, pese a la distancia?
Si quiero luchar, ¿cuánto me debe importar que los demás piensen que lucho por un imposible?
Que siempre he pensado que es mejor arrepentirse de actuar que de no hacerlo...
Que, como dice la canción, es mejor perderse que nunca embarcar, mejor tentarse a dejar de intentar.
y que pase lo que tenga que pasar, ¿no?
Por pensar, me mordí las ganas
y perdí la oportunidad.
Alicia